Querer justificar tus actitudes culpando a alguna circunstancia o persona, no es una excusa consistente. Vas a reaccionar de acuerdo con tu educación, con tus neurosis, temores y expectativas. Para ejemplificar esto, he creado la siguiente parábola:

Cierta vez, un Maestro hindú quiso mostrar que las reacciones emocionales no se debían a los acontecimientos que las desencadenaron, sino a lo que cada uno ya traía dentro de sí. Escogió a dedo a tres discípulos, cuyas personalidades él conocía bien. Mandó que los tres vinieran al frente del grupo y se arrodillaran ante él. Dio una fuerte bofetada a cada uno. El primero, se indignó y se retiró con rabia, diciendo que el Maestro no tenía ese derecho, de agredirlo delante del grupo. El segundo se quedó triste y lloró. El tercero dijo “¡Gracias, Maestro!”.
El estímulo había sido el mismo: una bofetada. Pero las reacciones de los tres fueron diferentes: rabia, tristeza y gratitud. ¿Cuál es la explicación?
Es que cada cual dio como respuesta lo que tenía dentro de sí. Quien tenía rabia, reaccionó con rabia. Quien tenía tristeza, reaccionó con tristeza. Quien tenía gratitud, reaccionó con gratitud. Lo importante nunca es el hecho en sí. Él es el pretexto, es el excipiente[1] para externar lo que cada uno tiene en su carácter.

Cuando alguien se cruza contigo y derrama tu café, la causa primordial de que tu café haya sido derramado no fue el encontronazo, porque si estuvieras tomando té, no habrías derramado el café. Cada vez que la vida te dé un encontronazo, vas a derramar por el mundo aquello que tengas dentro de tu taza.

[1] El excipiente es una sustancia farmacológicamente inactiva usada como vehículo para el principio activo.

Del libro Cambia el Mundo, empieza por ti,
Profesor DeRose, Egrégora Books.