“Hago yôga” no significa practicamente nada. Decir que uno practica yôga es análogo a declarar que uno hace deporte.

Dos personas se encuentran y una declara “vengo de hacer deporte” a lo que la otra contesta “que casualidad, yo también vengo de hacer deporte”. Esta breve conversación podría dejar la impresión de que ambas realizan la misma actividad. Sin embargo sabemos que no necesariamente es así. Una puede hacer rugby y la otra golf. Si ampliamos la idea de deporte incluso podría ser que una salga a correr y la otra juegue al ajedrez, o juegue algún e-sport.

Nos damos cuenta entonces de que decir “hago deporte” no define precisamente qué es lo que hacen. No es que sea incorrecta la declaración pero es evidente que en la mayoría de los contextos necesitaremos de más precisión.

Entre los deportes tenemos futbol, tenis, golf, volley, ping-pong. Todos se juegan con pelota. Todos son deportes; pero nunca diríamos que son lo mismo, ni siquiera que son parecidos.

Aquellas dos personas que conversan pueden ambas hacer deporte pero es muy posible que no disfruten una del deporte que hace la otra.

Por otro lado si bien ya debemos estar de acuerdo en que hablar de deporte es vago y para nada preciso, aún así la palabra define algo. Hay características que hacen que una actividad sea, o no sea, un deporte. Si alguien dice que está haciendo deporte nunca vamos a imaginar que está durmiendo, que está viendo una película o que está comiendo.

Volvamos entonces al yôga.

El yôga no es deporte, es filosofía, pero al igual que la palabra “deporte”, la palabra “yôga” no define una actividad en sí, sino un tipo de actividad. Una actividad con un fin muy específico.

No cualquier actividad es yôga, pero no hay dos tipos de yôga iguales. Es tan diverso el tipo de actividades que pueden clasificar como yôga (tradicionalmente 108) que en efecto lo que pasó en las últimas décadas es que la palabra perdió por completo significado. Nadie sabe qué es y entonces cualquier cosa puede serlo.