¿Represión o administración de conflictos?

Professor DeRose @ Learn DeROSE
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23 Jun 2022 11:18

Lo que proponemos no tiene nada que ver con reprimir la rabia. El concepto de administración de conflictos consiste en usar la inteligencia en vez de la emoción desvariada. Reprimir sería impedir el libre flujo de la emoción destructiva. Administrar conflictos consiste en no bloquear, y en cambio direccionar, canalizar, sublimar a fin de que las emociones salgan, fluyan libres, pero en la dirección que más nos conviene con vistas a resultados futuros.

Mi juventud transcurrió en las playas de Ipanema y Leblon. Desde chicos aprendimos a no luchar contra la corriente. Si la corriente nos alcanza, no debemos luchar contra ella nadando hacia la tierra firme. El resultado sería infructífero; acabaríamos agotando nuestras fuerzas y moriríamos ahogados. Todo buen nadador de mar abierto sabe que si cae en una corriente debe nadar a favor de ella, hacia afuera, dar la vuelta y sólo después nadar en dirección a la playa. Así es también en las relaciones humanas y afectivas.

Cuando era más joven, mi cabello era rebelde (menos mal que era sólo el cabello). Durante años cambié de peluquero, buscando una solución, pero todas las tentativas de dominar aquel pelo con voluntad propia resultaron frustradas. Hasta que un día un profesional más viejo me dijo que no luchara contra el cabello. “No sirve peinarlo hacia atrás, porque esa no es su naturaleza. Ceda a la tendencia del pelo y cepíllelo primero hacia la frente. Después hacia abajo. Y, sólo entonces, para atrás.” Lo hice, ¡y quedé perplejo! El cabello aceptó mi comando y se comportó como yo quería.

Estos dos ejemplos tienen como objetivo ilustrar que, para vencer, algunas veces es preciso saber ceder. No reprimirse, sino aplicar estrategias de liderazgo.

Leí mucho sobre educación de perros para criar a mi “hijita” weimaraner. El mejor método para llevar al perro a hacer lo que uno quiere es cautivarlo, y no medir fuerzas con él, gritarle, y mucho menos castigarlo o golpearlo. En algún lugar escuché la frase: “el hombre es un perro con pulgar oponente”. El entrenador se refería a lo fácil que es inducir a un hombre a hacer lo que quiere la novia, siempre que ella sepa aplicar el liderazgo del refuerzo positivo. ¡Y también porque los hombres, como los perros, no pueden pensar en más de una cosa por vez!

Todos queremos tener las cosas bajo control. Pues la forma más racional y que proporciona mejores resultados no es hacer juego duro o vomitar las emociones atropelladamente. Cuando uno comprende que “quien dice lo que quiere oye lo que no quiere”, sus palabras y acciones pasan a ser más inteligentes.

Imagine una enorme piedra, estable a la vera de un barranco. La piedra es nuestro plano emocional. Mientras está allí, parada, nos da la impresión de que su estabilidad es perenne. Sin embargo, su posición la torna susceptible de rodar hacia abajo. Basta un pequeño toque, tal vez con la punta del dedo índice, para hacer que pierda su aparente estabilidad y se precipite destruyendo todo. Así es nuestro emocional. En un momento uno está feliz y alegre; al momento siguiente —por una eventualidad cualquiera— se torna furioso o entristecido.

Por otro lado, si la piedra comienza a oscilar en la posición en que se encuentra, también basta un dedo del otro lado para evitar que comience a rodar. Es así como funciona nuestro emocional.

Apenas un dedo es suficiente para evitar un desastre, siempre que sea aplicado en el momento justo, antes del desencadenamiento. ¿Se acuerda de la historia de Peter, el niño-héroe holandés? Él vio una rajadura en el dique y puso su dedito para evitar que la fuerza del agua agrandase el orificio y terminase por romper el dique. Apenas un dedo, el dedo de una criatura, fue suficiente para evitar una tragedia.

Si usted consigue detectar una amenaza de brote de emocionalidad apenas un instante antes que se desate, será muy fácil evitar ese ataque de nervios: bastará colocar el dedo en la brecha de la represa.

Eso lo aprendí con mi weimaraner. Los perros, como los humanos, siempre dan señales un segundo antes de lo que pretenden hacer a continuación. ¡Si su tutor demora para enviar un comando de derivación, el perro dispara, por ejemplo, para cruzar la calle! Pero si el humano percibe la intención en el instante anterior y da el comando (“quieto” o “no” o cualquier otro), el perro educado, que todavía no comenzó la acción, obedece.

Libro: Ángeles peludos (ES)
Libro: Mude o mundo, comece por você