Vivir en la incertidumbre de la sociedad líquida

Edgardo Caramella @ Learn DeROSE
4 minutos

16 de abr 2021 16:01

La sociedad moderna líquida fue denominada de esta forma con mucha precisión por
Zygmunt Bauman, quien hace varias décadas percibió de manera anticipada el tipo de
sociedad en la que vivimos actualmente. Se trata de un formato social en el cual las
formas de actuar de sus miembros cambian antes de llegar a consolidarse como
hábitos y rutinas.

Los individuos tienen logros que no pueden solidificarse en conquistas duraderas,
porque la volatilidad hace que los activos se transformen rápidamente en pasivos y las
capacidades en incapacidades. Los condicionamientos requieren ser revisados y
actualizados en forma constante, y tanto valor tiene el aprender como el desaprender.
Las planificaciones estratégicas comienzan a usarse menos, porque antes de ponerlas
en práctica ya se las considera obsoletas, y resulta preferible ahorrar el tiempo que se
invierte en elaborarlas, tomando decisiones más intuitivas y urgentes.
Dentro de estos parámetros, la vida actual es precaria y se desarrolla en condiciones
de incertidumbre permanente.

Un gran temor con el cual se vive cada día es la percepción de no poder acompañar la
velocidad con que se mueven y transforman las cosas. No acompañar esa velocidad
genera la preocupación de quedarnos rezagados y perder las oportunidades que
solamente se pueden aprovechar si estamos entre los más rápidos e incansables.
Los constantes cambios y adaptaciones nos conectan con nuevos comienzos e
intentos. Los comienzos generan expectativas y ansiedad; los finales, sinsabores,
pánico, tristeza y sentimientos de pérdida que producen elevados cuadros de estrés,
con sus consecuencias negativas.

Posiblemente los que mejor alcancen bienestar en estos tiempos sean los que se
incorporan al concepto de que nada es permanente y todo está en constante proceso
de desestructuración y cambio.

En estas sociedades cambiantes y agobiadas por la incertidumbre, predomina la
cultura de no detenernos y correr todo el tiempo sin objetivos claros, con lo que
generalmente obtenemos más cansancio que resultados.
Pareciera que la frase de Ralph Waldo Emerson en su ensayo La prudencia expresa una
sensación muy presente en la actualidad: “Cuando patinamos sobre hielo quebradizo,
nuestra seguridad depende de nuestra velocidad”.

Además, con el fenómeno de la globalización, todos corremos en una pista en la que
participan millones de competidores, y donde la asimetría de posibilidades conspira
contra los participantes menos preparados.

Desde mi observación, considero que lo primero que debemos hacer es aceptar la
realidad en que nos toca vivir, y trabajar sobre nosotros para incorporar las aptitudes
necesarias que nos permitan alcanzar nuestros objetivos sin perder calidad de vida.
Entre los atributos necesarios para esta carrera sin fin, debemos fortalecer la
flexibilidad y salir de los paradigmas rígidos que, llegado el momento, puedan
inmovilizarnos. Aprender a funcionar en estructuras cambiantes y adaptables,
moviéndonos entre muchas posibilidades pero sin atarnos a ninguna y fluyendo como
el agua.
Aprender a conocernos más, a autoobservarnos a fin de descubrir nuestras
limitaciones y potenciar nuestros talentos. A convivir con la incertidumbre, la liquidez,
la velocidad y desarrollar la capacidad de administrar de manera consciente la
autoexigencia para que no se torne exagerada.

Para ello es imprescindible crear y consolidar espacios donde el placer de la
contemplación, de la meditación, del encuentro, de la charla sin prisa, de la risa y del
abrazo sentido nos brinden el respiro que nos fortalece y humaniza.