Un día, fui al dermatólogo para que analizara mi caída de cabello y me dijo: “Es estrés”. Y no sirvió de nada que le explicara que soy la persona menos estresada que ha conocido. Trabajo en lo que me gusta, me levanto a la hora que quiero, decido lo que quiero hacer, tengo una esposa que es un encanto y jamás discutimos, mi secretaria se encarga de todo para mí... en resumen: no tengo estrés alguno. Pero el dermatólogo siguió pensando que la caída de cabello se debía al estrés y no a la testosterona.

Tiempo después, fui al cardiólogo para controlar la presión arterial que estaba un poco alta y él pontificó: “Es estrés”. Y no sirvió de nada que le explicara que mi padre tenía presión alta, por lo tanto, la primera sospecha debería ser la genética. Él siguió pensando que era el supuesto estrés.
En otra ocasión, fui al gastroenterólogo para ver si localizábamos la bacteria que ciertamente había traído de mis muchos viajes a la India y que estaba causando cólicos abdominales. Él me dijo: “Eso es estrés”. Y no sirvió de nada explicar que, con 25 años de viajes al Himalaya, era inevitable que hubiera traído bacterias, protozoarios y todo un zoológico de microorganismos diferentes a los nuestros. Él siguió pensando que la causa era el estrés.

Un día, me lastimé la columna entrenando Aikido. Fui al ortopedista y, tan pronto como declaré tener dolor en la columna, me dijo, fundamentado en su experiencia: “Es estrés”. Y no sirvió de nada que le explicara que la causa había sido un trauma. Él persistió diciendo que, independientemente del impacto en las vértebras, el estrés estaba asociado al dolor de espalda.

Pero lo más increíble fue cuando, años después, fui al dentista con un absceso en un diente y el odontólogo enseguida dijo: “Es estrés. Estudios recientes han probado que el estrés desencadena abscesos y toda suerte de inflamaciones, inclusive cáncer, porque baja la resistencia del organismo”.

¿Cuál es la conclusión?
La conclusión de los casos anteriores es que, sea cual sea su problema, el disparador puede haber sido el estrés. Usted puede tener virus y bacilos en su organismo que nunca crearían problema alguno si no ocurriera la baja de la capacidad inmunológica por el estrés. Es el caso del virus del herpes, que está allí quietecito hasta que usted tenga un episodio de estrés: inmediatamente las malditas ampollas comienzan a aflorar en los labios o en los órganos genitales. Usted puede tener propensión genética al cáncer, pero él nunca se desarrollaría si no ocurriera una baja de resistencia del organismo.

Del pocket book Estrés
Profesor DeRose, Egrégora Books