Todos queremos tener el control. Pues la forma más racional y que proporciona mejores resultados no es hacer juego duro o vomitar las emociones atropelladamente. Cuando usted comprende que “quien dice lo que quiere oye lo que no quiere”, sus palabras y acciones pasan a ser más inteligentes.
Imagine una enorme piedra, estable en la orilla de un despeñadero. La piedra es nuestro emocional. Mientras está allí, parada, nos da la impresión de que su estabilidad es perenne. Sin embargo, su posición es susceptible a rodar cuesta abajo.
Basta un pequeño toque, tal vez con la punta de su dedo índice, para hacerla perder la aparente estabilidad y descender destruyendo todo. Así es nuestro emocional. En un momento usted está feliz y alegre; en el momento siguiente – por una eventualidad cualquiera – usted se torna furioso o entristecido.
Sin embargo, si la piedra comienza a oscilar, en la posición en que se encuentra también basta un dedo del otro lado para evitar que se derrumbe. Es como funciona nuestro emocional.
Apenas un dedo es suficiente para evitar un desastre, desde que sea aplicado en la hora correcta, antes del desencadenamiento. ¿Se acuerda de la historia de Peter, el niño-héroe holandés? Él vio una grieta en el dique y colocó su dedito para evitar que la fuerza del agua aumentase el orificio y terminase por romper la barrera. Apenas un dedo, el dedo de un niño, fue suficiente para evitar una tragedia.
Si usted consigue detectar una amenaza de estallido de emocionalidad apenas un átomo antes que él se deflagre, será muy fácil evitar el berrinche, bastando colocar su dedo en la brecha de la represa.