Entrenar meditación es, en gran medida, entrenar concentración. Un ejercicio simple de meditación es imaginar una figura geométrica y tratar de mantener esa imagen presente sin dispersarnos.
En brevísimos instantes inevitablemente nos vamos a dispersar. Las dispersiones que surjan serán de uno de estos tres tipos: físicas, emocionales o mentales.
Una dispersión física puede ser, por ejemplo, que empiecen a doler las rodillas, se canse la espalda, o nos moleste el cuello. Sensaciones físicas que quitan el foco de atención que buscábamos mantener sobre un determinado pensamiento y lo llevan hacia el cuerpo.
Una dispersión emocional es un poco más sutil. Por ejemplo podemos sentir ansiedad o aburrimiento. Tal vez aflora un sentimiento de tristeza. O si tuvimos un mal día y estamos de mal humor se torna difícil dirigir la atención hacia el objeto de concentración.
Las dispersiones mentales son los pensamientos. Nos acordamos de algo, empezamos a pensar en otra cosa. Hacemos asociaciones. Dirigimos la atención hacia memorias del pasado o proyecciones del futuro.
Para reducir estas dispersiones y avanzar en el entrenamiento de la meditación, todos estos aspectos (físico, emocional y mental) tienen que ser trabajados. Realizar un trabajo integral del individuo es crucial si queremos obtener resultados verdaderos con esta técnica.