No seas un insatisfecho

4 minutos de lectura - Publicado el 15 de jul 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

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Medio siglo de vida me ha enseñado a aceptar un defecto del ser humano como algo incurable: su insatisfacción.

He dado la vuelta al mundo innumerables veces y he conocido a mucha, pero mucha gente de verdad. He trabado contacto íntimo con una infinidad de fraternidades iniciáticas, entidades culturales, asociaciones profesionales, academias deportivas, universidades, escuelas, empresas, federaciones, fundaciones... En todas ellas, sin excepción, había descontento.

En todos los agrupamientos humanos hay una fuerza de cohesión llamada egrégora. Por la ley de acción y reacción, toda fuerza tiende a generar una fuerza oponente. Por eso, en esos mismos agrupamientos surgen constantemente pequeños desencuentros que pasan a ganar contornos dramáticos por la refracción de una óptica egocéntrica que solo tiene en cuenta la satisfacción de las expectativas de un individuo aislado que analiza los hechos de acuerdo con sus propias conveniencias.
En otras palabras, si los hechos pudieran ser analizados sin la interferencia deletérea de los egos, se constataría que no hay nada de malo con esos hechos, a no ser una inestabilidad emocional. Inestabilidad esa que es congénita en todos los seres humanos. Una especie de error de proyecto original, que aún está en proceso de evolución. Al fin y al cabo, somos una especie extremadamente joven en comparación con las demás formas de vida en el planeta. Estamos en la infancia de nuestra evolución y, como tal, cometemos inapelablemente las inmadureces naturales de esa fase.

Observe que rarísimas son las personas que están satisfechas con sus mundos. En general, todos tienen reclamos de su trabajo, de sus subalternos y de sus superiores; de su remuneración y del reconocimiento por su trabajo; reclamos de sus padres, de sus hijos, de sus cónyuges, de su condominio, del gobierno de su país, de su estado, de su ciudad, de la policía, de la Justicia, del departamento de tránsito, de los impuestos, de los vecinos maleducados, de los conductores inhábiles, de los peatones indisciplinados... Cuántas cosas para reclamar, ¿no es así?

Si vamos por ese camino, concluiremos que el mundo no es un lugar bueno para vivir y seguiremos amargados y amargando a los demás. ¡O nos suicidaremos!

Ya en la antigüedad los hindúes observaron ese fenómeno de la endémica insatisfacción humana y enseñaron cómo solucionarla:
Si el suelo tiene espinas, no quieras cubrir el suelo con cuero. Cubre tus pies con calzado y camina sobre las espinas sin incomodarte con ellas.

O sea, la solución no es reclamar de las personas y de las circunstancias para intentar cambiarlas, sino educarse a sí mismo para adaptarse. La actitud correcta es dejar de querer infantilmente que las cosas se modifiquen para satisfacer a tu ego, sino modificarse a sí mismo para ajustarse a la realidad. Eso es madurez.

La otra actitud es neurótica, pues jamás podrás modificar personas o instituciones para que se ajusten a tus deseos. No seas un desajustado.

Entonces, vamos a parar con eso. Vamos a aceptar a las personas y a las cosas como son. Y vamos a tratar de que nos gusten. Vas a notar que ellas pasan a gustar mucho más de ti y que las situaciones que antes te parecían inamovibles, ahora se modifican espontáneamente, sin que tengas que cobrar eso de ellas. Experimenta. ¡Te va a gustar el resultado!

Del libro Cambia el mundo, empieza por ti,
Profesor DeRose, Egrégora Books

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La sutileza es sinónimo de buenos modales

5 minutos de lectura - Publicado el 12 de jul 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

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Donde hay sutileza, en general, hay buena educación. Sutileza tiene que ver con pulimento, refinamiento.

Sutileza en la manera de sostener una taza, un vaso, un tenedor. Sutileza en la forma de sentarse en el sofá sin tirarse en él o de darse la vuelta en la cama sin perturbar al compañero que allí está. Sutileza en la manera de tocar personas y objetos. Sutileza en la forma de cerrar el maletero del automóvil de un amigo. Sutileza a la hora de reponer las cosas exactamente en el lugar de donde las quitamos, en casa de los demás, por más íntimos que seamos. Sutileza a la hora de seleccionar las amistades y las personas con quienes vamos a involucrarnos afectivamente. Sutileza en la manera de reclamar o en la forma de decir una verdad.

No hay nada más agradable que poder decir a alguien:
– No sé si me gustaría eso.
Y el otro comprender que usted no quiere eso de ninguna manera, no insistir y no preguntar por qué. ¡Ya imaginó si, para obtener ese resultado, usted necesitase decir:
– Mira aquí, mi amigo. No estoy de humor, ¿me estás entendiendo? Deja de insistir.

Y, peor, si el espécimen de Homo sapiens no comprendiese palabras y usted necesitase apelar a la fuerza física a fin de ser respetado! Por ejemplo, teniendo que cerrar con llave un aposento para que el humanoide entendiese que no es para entrar! Cierta vez, tuve una secretaria que no respetaba la puerta cerrada de mi sala. Tenía que estar cerrada con llave o ella irrumpiría por mi intimidad adentro.

Creo que por la comparación con los opuestos el concepto de sutileza y su valor quedan más claros, ¿no es así?
Sutileza es que el asistente no deje para hacer después (“Deja ahí que después lo hago.”) lo que su superior solicite y, aún por encima, olvidarse y no hacer.

Sutileza es no pedir nada prestado, pero, si pide, devolver luego y en perfecto estado. Es no meterse con los libros y demás objetos de otra persona. Es no colocar nada encima de la mesa de trabajo del otro, y allá dejar quedar, contribuyendo con la confusión o para aumentar el estrés.
Sutileza es ser delicado, atento, cuidadoso, suave, gentil. Ser sutil es esforzarse para no hacer nada que pueda desagradar a los demás. Es ser gato y no ser perro al moverse, al pisar, al tropezar y al tocar.
Ser sutil es absorber y asimilar una educada indirecta en vez de comportarse como un muro de piedra y rechazar la crítica, devolviéndola automáticamente para defenderse.

La ciudad de Canela, en Rio Grande do Sul, es bien fría en el invierno. Cierta vez, visitando a una amiga, quedé dos días hospedado en su casa. Ella fue muy buena anfitriona, como los gaúchos suelen ser. Providenció comiditas gustosas, una ropa de cama perfumada, toallas suaves para el baño. Después de la ducha, preguntó elegantemente si estaba todo a contento. Sutilmente, le informé de que la ducha del cuarto de huéspedes no estaba calentando y bromeé diciendo que no tenía importancia porque baño frío en el invierno constituye un excelente beneficio para la circulación. Teníamos intimidad para el gracejo. Cual no fue mi perplejidad al escuchar su respuesta:

– Es... pero yo también tuve que tomar baño frío en su casa[1].
Reímos mucho de la desventura recíproca y continuamos amigos. Pero cargo conmigo hasta hoy la duda cruel: ¿será que ella se ofendió? Es atroz tener que preservar una amistad a costa de caminar sobre huevos. Una cosa ella perdió para siempre. Nunca más voy a contribuir con una crítica constructiva, pues percibí que ella no la acepta. Y nunca más voy a usar de sutilezas con ella.

Ser sutil es reconocer un error que le haya sido apuntado por otro, hasta incluso cuando usted discrepe y crea que está con la razón. Tengo algunos amigos, excelentes personas, pero que están todo el tiempo a la defensiva. Jamás escuchan y jamás aceptan. Necesitan justificarse siempre.

Por cierto, si vamos a analizar fríamente, tan fríamente como mi baño, necesitamos reconocer una definición que afirma: la neurosis consiste en haber aprendido errado, en haber asimilado una educación errada. Así, podemos concluir, el maleducado es un neurótico. Un ejemplo es el comportamiento observado en algunos estratos culturales que aprenden a “no llevar afrenta para casa” y, en virtud de ello, quizás lleven para casa un ojo morado, una enemistad para el resto de la vida o un proceso criminal por agresión. No se discute que tales personas aprendieron errado cómo vivir.

Ser sutil es sinónimo de ser bien educado, incluso cuando el origen es humilde, aunque nunca se haya leído un libro de buenas maneras.

[1] Porque no sabía cómo funcionaba la ducha con calentador central a gas, con un grifo de agua caliente y otro de agua fría.

Del libro Método de Buenos Modales,
Profesor DeRose, Egrégora Books.

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La tiranía de lo común

2 minutos de lectura - Publicado el 7 de jul 2022
Dwayne Macgowan @ DeROSE Method | Cerviño

El camino del autoconocimiento es la búsqueda de la autenticidad. Y la búsqueda de la autenticidad es un proceso de liberarnos de la tiranía de lo común.

Descubrir aquellas cosas que en algún punto imaginamos que podrían ser diferentes, que podrían ser mejores, pero que resignamos por ser comunes. “Y bueno, todos hacen así.”

Mantenernos atentos a esas cosas que nunca imaginamos posibles, que están totalmente fuera de nuestro imaginario, pero que al verlas las reconocemos como auténticamente propias.

Como todas las cualidades, algunas personas las tienen de forma nata y otros precisan desarrollarlas. Unos son dotados de autenticidad y son indisolubles en la masa. A otros les cuesta más, se espejan en el más próximo y tienen dificultad para diferenciar un pensamiento propio del eco de uno ajeno.

Y todo empieza con la inocente observación. Observar lo que sentimos en determinadas situaciones, pero lo que realmente sentimos y no la idea que tenemos de lo que alguien debe sentir en aquella circunstancia. Observar el flujo de nuestros pensamientos y percibir como a veces brotan ideas brillantes, advertencias o cuestionamientos que simplemente ignoramos. Observar lo que soñamos, que en el lenguaje de los símbolos nos pone cara a cara con todo lo que está procesando nuestro subconciente.

Por la simple observación se van desvaneciendo todos los agregados artificiales y vamos encontrando ese núcleo auténtico que no conoce límites y es totalmente libre de las amarras de lo normal.

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El trabajo no tiene que ser fuente de sufrimiento

4 minutos de lectura - Publicado el 28 de jun 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

Desde temprana edad no me veía trabajando en algo que no me gratificara. Ni siquiera veía el trabajo como una fuente de ingresos. Cuando tenía ocho años, les dije a mis padres que no era justo que el basurero ganara menos que el médico. Mi padre me explicó que el médico estudiaba y, por lo tanto, tenía derecho a un salario más alto que el basurero. Y que, por eso mismo, debía estudiar, para conseguir un buen trabajo y ganar bien.

En mi lógica infantil, cuestioné que el hecho que el basurero ya estuviera haciendo un trabajo más desagradable. Además de eso, ¿debería ganar menos? Le dije a mi padre que todos deberían ganar lo mismo y que algunos ganarían x en un trabajo más gratificante y otros lo mismo x en un rol no tan agradable, según la capacidad de cada uno, pero que eso no debería interferir con las ganancias.

Por supuesto, nadie estuvo de acuerdo con esta premisa. Pero la idea de que deberíamos seguir una carrera que nos resulte agradable, permaneció en mi mente para siempre.
¿Has notado alguna vez que los trabajadores, en general, se sacrifican haciendo un trabajo que los oprime, los humilla, los desgasta, los consume, genera enfermedades...? Lo hacen de lunes a viernes y no tienen vida, sino subvida (por eso se dice que el trabajo da subsistencia, “subexistencia”). Se sacrifican de lunes a viernes para poder disfrutar de un fin de semana de ocio o descanso.

Nunca he visto el trabajo bajo esa óptica. Siempre he creído que debe ser agradable, divertido, placentero, estimulante. Pero eso chocaba con el concepto de que el trabajo tiene que ser algo que haces en contra de tu voluntad, por dinero. Esto generó el síndrome de “me alegro que sea viernes” y “qué diablos es lunes”.

Si preguntamos a cualquier empleado si prefiere estar allí, trabajando, o en casa descansando, o haciendo deporte, o viajando, etc., casi todos estarán de acuerdo en que sólo está allí, trabajando, porque necesita el dinero.

Admitamos que esa no es una visión bonita. La consecuencia de esto, es que mucha gente sabotea a la empresa o al jefe. Si pueden, se quedan ahí sin hacer nada, dando vueltas, yendo a tomar un café, hablando con sus compañeros, abarrotando la máquina productiva. Es decir, cuando no se llevan a casa una resma de papel, una engrapadora o cualquier cosa que puedan sustraer para compensar su frustración.

En la década de 1990 se llevó a cabo una encuesta para averiguar cuánto tiempo trabaja realmente un empleado de una empresa en una jornada de ocho horas. La conclusión fue que trabaja, efectivamente, durante un máximo de dos horas. Entonces, ¿por qué desperdiciar tu existencia, allá dentro, las otras seis horas del día durante toda tu vida? ¿No sería mejor hacer tu parte en dos horas y luego irte a casa? Pero somos víctimas del paradigma de que el empleado necesita estar en el puesto durante toda la jornada laboral. Por supuesto, en algunas profesiones, este concepto está cambiando a la oficina en casa. Pero seamos realistas, todavía hay pocos.

Do livro Sucesso, Professor DeRose, Egrégora Books.
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¿Represión o administración de conflictos?

5 minutos de lectura - Publicado el 23 de jun 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

Lo que proponemos no tiene nada que ver con reprimir la rabia. El concepto de administración de conflictos consiste en usar la inteligencia en vez de la emoción desvariada. Reprimir sería impedir el libre flujo de la emoción destructiva. Administrar conflictos consiste en no bloquear, y en cambio direccionar, canalizar, sublimar a fin de que las emociones salgan, fluyan libres, pero en la dirección que más nos conviene con vistas a resultados futuros.

Mi juventud transcurrió en las playas de Ipanema y Leblon. Desde chicos aprendimos a no luchar contra la corriente. Si la corriente nos alcanza, no debemos luchar contra ella nadando hacia la tierra firme. El resultado sería infructífero; acabaríamos agotando nuestras fuerzas y moriríamos ahogados. Todo buen nadador de mar abierto sabe que si cae en una corriente debe nadar a favor de ella, hacia afuera, dar la vuelta y sólo después nadar en dirección a la playa. Así es también en las relaciones humanas y afectivas.

Cuando era más joven, mi cabello era rebelde (menos mal que era sólo el cabello). Durante años cambié de peluquero, buscando una solución, pero todas las tentativas de dominar aquel pelo con voluntad propia resultaron frustradas. Hasta que un día un profesional más viejo me dijo que no luchara contra el cabello. “No sirve peinarlo hacia atrás, porque esa no es su naturaleza. Ceda a la tendencia del pelo y cepíllelo primero hacia la frente. Después hacia abajo. Y, sólo entonces, para atrás.” Lo hice, ¡y quedé perplejo! El cabello aceptó mi comando y se comportó como yo quería.

Estos dos ejemplos tienen como objetivo ilustrar que, para vencer, algunas veces es preciso saber ceder. No reprimirse, sino aplicar estrategias de liderazgo.

Leí mucho sobre educación de perros para criar a mi “hijita” weimaraner. El mejor método para llevar al perro a hacer lo que uno quiere es cautivarlo, y no medir fuerzas con él, gritarle, y mucho menos castigarlo o golpearlo. En algún lugar escuché la frase: “el hombre es un perro con pulgar oponente”. El entrenador se refería a lo fácil que es inducir a un hombre a hacer lo que quiere la novia, siempre que ella sepa aplicar el liderazgo del refuerzo positivo. ¡Y también porque los hombres, como los perros, no pueden pensar en más de una cosa por vez!

Todos queremos tener las cosas bajo control. Pues la forma más racional y que proporciona mejores resultados no es hacer juego duro o vomitar las emociones atropelladamente. Cuando uno comprende que “quien dice lo que quiere oye lo que no quiere”, sus palabras y acciones pasan a ser más inteligentes.

Imagine una enorme piedra, estable a la vera de un barranco. La piedra es nuestro plano emocional. Mientras está allí, parada, nos da la impresión de que su estabilidad es perenne. Sin embargo, su posición la torna susceptible de rodar hacia abajo. Basta un pequeño toque, tal vez con la punta del dedo índice, para hacer que pierda su aparente estabilidad y se precipite destruyendo todo. Así es nuestro emocional. En un momento uno está feliz y alegre; al momento siguiente —por una eventualidad cualquiera— se torna furioso o entristecido.

Por otro lado, si la piedra comienza a oscilar en la posición en que se encuentra, también basta un dedo del otro lado para evitar que comience a rodar. Es así como funciona nuestro emocional.

Apenas un dedo es suficiente para evitar un desastre, siempre que sea aplicado en el momento justo, antes del desencadenamiento. ¿Se acuerda de la historia de Peter, el niño-héroe holandés? Él vio una rajadura en el dique y puso su dedito para evitar que la fuerza del agua agrandase el orificio y terminase por romper el dique. Apenas un dedo, el dedo de una criatura, fue suficiente para evitar una tragedia.

Si usted consigue detectar una amenaza de brote de emocionalidad apenas un instante antes que se desate, será muy fácil evitar ese ataque de nervios: bastará colocar el dedo en la brecha de la represa.

Eso lo aprendí con mi weimaraner. Los perros, como los humanos, siempre dan señales un segundo antes de lo que pretenden hacer a continuación. ¡Si su tutor demora para enviar un comando de derivación, el perro dispara, por ejemplo, para cruzar la calle! Pero si el humano percibe la intención en el instante anterior y da el comando (“quieto” o “no” o cualquier otro), el perro educado, que todavía no comenzó la acción, obedece.

Libro: Ángeles peludos (ES)
Libro: Mude o mundo, comece por você

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Cordialidad

2 minutos de lectura - Publicado el 16 de jun 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

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Cordialidad proviene del latín cordis, corazón. Es algo que hacemos de corazón, con afecto, con amor.

Expresar cordialidad como un estilo de vida, además de ser una postura hermosa ante la vida, ante el mundo, nos hace bien a nosotros mismos. En el pasado, había incluso remedios que eran denominados cordiales, porque hacían bien al corazón. De hecho, te quedas con una sensación de corazón más ligero cuando manifiestas una actitud bonita, afable, sea con quien sea. Esto nos demuestra que el mayor beneficiado no es el otro que fue blanco de nuestra gentileza, sino nosotros mismos, en primer lugar.

La civilidad abre puertas, facilita los trámites sociales, culturales e incluso los burocráticos. Un alumno cordial cautiva a sus profesores que, así, facilitarán su vida escolar. Un funcionario gentil aceita las relaciones con clientes, con colegas y con superiores. Un cliente simpático consigue más buena voluntad y, a veces, hasta un descuento por parte del vendedor. Un vendedor atento vende más, gana más dinero. Un residente simpático consigue excepciones maravillosas del portero de su edificio. Pero es obvio que no vamos a ser cordiales solo pensando en las ventajas que esto nos trae.

La civilidad y la cordialidad son muy fáciles cuando el otro ya está siendo amable. Pero, ¿y cuando el otro está siendo grosero y agresivo? Bien, ahí es preciso que tu civilidad sea muy auténtica y que hayas asumido el compromiso ante ti mismo de ser cordial en cualquier situación, con cualquier persona, pase lo que pase.

No es casualidad que caballero en francés sea gentilhomme (gentil hombre) y en inglés sea gentleman (hombre gentil).

Del libro Cambia el mundo, empieza por ti, Profesor DeRose, Egrégora Books.

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“Así pierdes la razón”

3 minutos de lectura - Publicado el 2 de jun 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

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¿Ya has escuchado esto? “Tienes razón, pero así pierdes la razón”. Frase comúnmente dicha a quien intenta defenderse o defender sus derechos con agresividad o grosería.

Con educación, todo se resuelve. Conversando con civilidad y cortesía, puedes conseguir negociaciones que, de otra forma, no tendrían solución. Cuando estés emocionalizado, no respondas nada. Mucho menos por escrito. Hay un circuito mal soldado en nuestro cerebro que nos lleva a ser más educados cuando conversamos “ojo a ojo” y a ser más toscos cuando escribimos. Yo también soy así. Entonces, evito responder por escrito en el momento en que la sangre está hirviendo. Cuando necesito escribir, no lo envío. Dejo que la cabeza se enfríe y al día siguiente releo lo que escribí. Siempre suavizo mi redacción. Si puedo, espero más. Si es posible, espero semanas o hasta meses, antes de enviar una respuesta dura. Con el paso del tiempo y a medida que releo, voy ablandando más el texto.

Hubo una carta en la que llamaba la atención de una supervisada antigua y muy amiga mía. Me tomó seis meses considerar que no había cómo atenuar más. El resultado fue excelente. Pero cuando yo era joven (léase inmaduro), solía responder en el calor de la emocionalidad. Con aquella actitud, nunca conseguí solucionar los problemas en cuestión y aún perdí buenas amistades. Es el precio que se paga por la inexperiencia.

Una vez, yo estaba haciendo musculación digital, cambiando los canales de la TV, como en general la minoría masculina suele hacer. Por casualidad, caí en un programa en que un exalumno mío, muy famoso, estaba siendo entrevistado por otra exalumna, no menos célebre. Me detuve para oírlos. La entrevistadora estaba siendo extremadamente ruda con el entrevistado. Algo tan absurdo, que no comprendo cómo el director del programa no le advirtió por el “punto” que queda en el oído. Pero el entrevistado no perdía la elegancia y respondía con toda la cortesía a cada grosería de la entrevistadora. Él subió mucho en mi concepto aquel día. Hasta que, mucho tiempo después, al final del diálogo, la entrevistadora dijo, con una voz dulce: “Pero, Paulo, ¿sabes que te quiero mucho, no es así?” ¡Listo! Él la había ablandado. Tal vez la había cautivado con sus buenas maneras.

Del libro Cambia el mundo, comienza por ti, Profesor DeRose, Egrégora Books.

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El trabajo no tiene por qué ser fuente de sufrimiento

4 minutos de lectura - Publicado el 19 de may 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

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Desde cedo, yo no me veía trabajando en algo que no me gratificase. Ni siquiera veía el trabajo como una fuente de ingresos. A los ocho años de edad, yo les dije a mis padres que no era justo que el basurero ganase menos que el médico. Mi padre me explicó que el médico estudió y, por eso, se merecía un salario mayor que el del basurero. Y que, por eso mismo, yo debería estudiar, para conseguir un buen empleo y ganar bien.

En mi lógica infantil, cuestioné que el basurero ya estaba haciendo un trabajo más desagradable. ¿Encima de eso, debería ganar menos? Le dije a mi progenitor que todos deberían ganar lo mismo y que unos ganarían x en un trabajo más gratificante y otros el mismo x en una función no tan agradable, de acuerdo con la capacidad de cada uno, pero que eso no debería interferir en los ingresos.

Claro que nadie concordaba con esa premisa. Pero la idea de que deberíamos perseguir una carrera que nos fuese agradable, continuó en mi mente para siempre. ¿Ya notó que los trabajadores, en general, se sacrifican haciendo un trabajo que los oprime, humilla, desgasta, consume, genera enfermedades...? Lo hacen de lunes a viernes y no tienen vida, sino subvida (por eso se dice que el trabajo es para proveer la subsistencia, “sub-existencia”). Se sacrifican de lunes a viernes para poder vivir un fin de semana de ocio o de descanso.

Yo nunca vi el trabajo bajo esa óptica. Siempre creí que debía ser sabroso, divertido, agradable, estimulante. Pero eso entraba en choque con el concepto de que el trabajo tiene que ser una cosa que usted hace contra su voluntad, por dinero. Eso generó el síndrome del “qué bueno que ya es viernes” y del “qué fastidio que hoy es lunes”.

Si le preguntamos a cualquier empleado si él preferiría estar allí, trabajando, o en casa descansando, o haciendo un deporte, o viajando, etc., la casi totalidad va a concordar que sólo está allí, trabajando, porque necesita el dinero.

Admitamos que esa no es una visión bonita. La consecuencia es que muchas personas sabotean la empresa o al patrón. Pudiendo, se quedan por allá sin hacer nada, dando largas, yendo a tomar un café, conversando con los colegas, atascando la máquina productiva. Eso, cuando no se llevan, para casa, una resma de papel, una engrapadora, cualquier cosa que puedan sustraer, para compensar su frustración.

Una pesquisa fue hecha, en la década de 1990, para saber cuánto tiempo el empleado de una empresa efectivamente trabaja, en una jornada de ocho horas. La conclusión fue la de que él trabaja, efectivamente, a lo máximo, dos horas. Entonces, ¿para qué quedarse perdiendo la existencia, allá dentro, las otras seis horas por día, durante toda su vida? ¿No sería mejor realizar su parte en dos horas y después ir para casa? Pero somos víctimas del paradigma de que el empleado necesita estar en el empleo durante toda la jornada de trabajo. Claro que, para algunas profesiones, ese concepto está cambiando para el de home office. Pero convengamos que aún son pocas.

Del libro Sucesso, Profesor DeRose, Egrégora Books.
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¿Represión o administración de conflictos?

5 minutos de lectura - Publicado el 5 de may 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

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Lo que proponemos no tiene nada que ver con reprimir la ira. El concepto de administración de conflictos consiste en usar la inteligencia en vez de la emoción descontrolada. Reprimir sería impedir el libre flujo de la emoción destructiva. Administrar conflictos consiste en no bloquear, sino direccionar, canalizar, sublimar, a fin de que las emociones salgan, fluyan libres, pero en la dirección que más nos convenga con vistas a resultados futuros.

Mi juventud fue vivida en las playas de Ipanema y Leblon. Desde niños, aprendimos a no luchar contra la corriente. Si la corriente nos atrapaba, no debíamos pelear con ella, nadando en dirección a tierra firme. El resultado sería infructuoso. Acabaríamos agotando nuestras fuerzas y moriríamos ahogados. Todo buen nadador de mar abierto sabe que si cae en una corriente debe nadar a favor de ella, hacia fuera, dar la vuelta y, solo después, nadar en dirección a la playa. Así es también en las relaciones humanas y afectivas.

Cuando más joven, mis cabellos eran rebeldes (menos mal que eran solo los cabellos). Durante años, cambié de peluquero, buscando una solución, pero todas las tentativas de dominar aquellos pelos con voluntad propia resultaron frustradas. Hasta que un día, un profesional más viejo me dijo que no luchara contra los cabellos. No adelanta peinarlos para atrás, porque esa no es la naturaleza de ellos. Ceda a la tendencia de los pelos y cepíllelos primero para adelante. Después para abajo. Y, solo entonces, para atrás. ¡Hice eso y me quedé perplejo! Los cabellos aceptaron mi comando y se comportaron como yo quería.

Algunas veces, es preciso saber ceder. No reprimirse, sino aplicar estrategias de liderazgo.

Yo leí mucho sobre educación de perros para criar a mi cachorrita weimaraner. El mejor método para llevar al perro a hacer lo que usted quiere es cautivarlo, y no apostar fuerzas con él, gritarle al pobre y mucho menos castigarlo o pegarle. En algún lugar escuché la frase: “el hombre es un perro con pulgar opositor”. El entrenador se estaba refiriendo a cómo es fácil inducir a un hombre a hacer lo que la novia quiera, desde que ella sepa aplicar el liderazgo del refuerzo positivo. ¡Y también porque los hombres, como los perros, no consiguen pensar en más de una cosa de cada vez!
Todos queremos estar en el control. Pues la forma más racional y que proporciona mejores resultados no es hacer juego duro o vomitar las emociones atropelladamente. Cuando usted comprende que “quien dice lo que quiere oye lo que no quiere”, sus palabras y acciones pasan a ser más inteligentes.

Imagine una enorme piedra, estable en el borde de una barranca. La piedra es nuestro emocional. En cuanto está allí, parada, nos da la impresión de que su estabilidad es perenne. No obstante, su posición es susceptible a rodar cuesta abajo. Basta un pequeño toque, tal vez con la punta de su dedo indicador, para hacerla perder la aparente estabilidad y descender destruyendo todo. Así es nuestro emocional. En un momento usted está feliz y alegre; en el momento siguiente – por una eventualidad cualquiera – usted se torna furioso o entristecido.

No obstante, si la piedra comienza a oscilar, en la posición en que se encuentra también basta un dedo del otro lado para evitar que se desplome. Es cómo funciona nuestro emocional.

Apenas un dedo es lo suficiente para evitar un desastre, desde que aplicado en la hora cierta, antes del desencadenamiento. ¿Se acuerda de la historia de Peter, el niño-héroe holandés? Él vio una rajadura en el dique y colocó su dedito para evitar que la fuerza del agua aumentase el orificio y terminase por romper la barrera. Apenas un dedo, el dedo de un niño, fue lo suficiente para evitar una tragedia.

Si usted consigue detectar una amenaza de surgimiento de emocionalidad apenas un átomo antes de que él se deflagre, será muy fácil evitar el berrinche, bastando colocar su dedo en la brecha de la represa.

Aprendí eso con mi weimaraner. Los perros, como los humanos, siempre señalan en el segundo anterior lo que pretenden hacer a seguir. Si su tutor demora para enviar un comando de derivación, el perro se dispara, por ejemplo, ¡para atravesar la calle! Pero si el humano percibe un instante antes y dispara el comando (“queda” o “no” o cualquier otro), el perro educado, que aún no comenzó la acción, obedece.

Libro: Ángeles peludos (ES)
Libro: Anjos peludos (PT)
Libro: Mude o mundo, comece por você

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¿Quieres tener el control?

3 minutos de lectura - Publicado el 30 de abr 2022
Professor DeRose @ Learn DeROSE

Texto traducido automáticamente. Ver texto original en Português

He leído mucho sobre educación canina para criar a mi cachorra weimaraner. El mejor método para lograr que el perro haga lo que uno quiere es cautivarlo, y no apostar fuerzas con él, gritarle al pobre animal y mucho menos castigarlo o golpearlo. En algún lugar escuché la frase: “el hombre es un perro con pulgar oponible”. El entrenador se refería a lo fácil que es inducir a un hombre a hacer lo que la novia quiere, siempre y cuando ella sepa aplicar el liderazgo del refuerzo positivo. ¡Y también porque los hombres, como los perros, no consiguen pensar en más de una cosa a la vez!

Aprendí esto con mi weimaraner. Los perros, como los humanos, siempre señalan en el segundo anterior lo que pretenden hacer a continuación. Si su tutor tarda en enviar una orden de desviación, el perro se dispara, por ejemplo, ¡para cruzar la calle! Pero si el humano percibe un instante antes y dispara la orden (“quieto” o “no” o cualquier otra), el perro educado, que aún no ha comenzado la acción, obedece.
Por otro lado, si el perro ya ha comenzado a correr para lanzarse delante de los coches, no sirve de nada gritar “no”, “quieto”, “junto”, “parado”. Si la acción ya ha sido deflagrada, es casi imposible interrumpirla[1].
Si no quieres aplicar represión, basta con dar la orden “ven” y cuando se acerque lo recompensas con una golosina. Si no tienes golosina, dale cariño y juega con él.
¡Perro o humano, cuando se trata de emociones, ambos reaccionan de la misma forma! Consiguiendo evitar el primer arrebato, es muy fácil administrar el potencial conflicto. ¿Y la golosina? Puede ser la desviación de tu atención hacia algo más interesante, más divertido o más gratificante. Puede ser una palabra de incentivo, de elogio, de amistad, una palmada en la espalda, un abrazo, una mirada, una sonrisa.
Esto se aplica no solo a confrontaciones conyugales, sino a cualesquiera otras, en el trabajo, en el tráfico, con amigos, en fin, en todas las situaciones.
En términos de costo/beneficio, sale mucho más barato asumir un pequeño perjuicio que entrar en una pendencia y pagar mucho más caro. Mi amigo Fabiano Gomes, antes abogado de éxito, hoy Director de una de nuestras escuelas del DeROSE Method, cuando era buscado por alguien que quería demandar a otra persona, le preguntaba:
– ¿Quieres tener razón o quieres ser feliz?
Si el pendenciero decía que quería tener razón, entonces él aceptaba la causa.
Pero si el querellante declaraba que quería ser feliz, el consejo que daba era:
– Entonces, olvídate de eso. Pelear no trae felicidad a nadie.

Libro: Cambia el mundo, empieza por ti

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